sábado, 5 de mayo de 2007

Las Pelayas reciben la medalla de oro de Oviedo


Las vecinas más antiguas de la ciudad, las monjas benedictinas de San Pelayo, recibieron ayer la medalla de oro de Oviedo, la máxima distinción que otorga el municipio. Durante los diez siglos que la comunidad lleva asentada en Oviedo y a pesar de la clausura por la que se rige, nunca ha estado aislada sino que se ha mantenido estrechamente ligada a la ciudad y a sus habitantes.

Prueba de esa estrecha vinculación, declaró ayer la abadesa de las Pelayas, María Teresa Álvarez, es el sentimiento que pervive en la comunidad, a pesar de la rápida expansión urbana: «La ciudad no la ha cercado sino que la ha ido arropando. Oviedo ha sido nuestra cuna». Pero no todo fue mirar atrás y ayer la abadesa declaró también que «nuestra comunidad tiene confianza en el futuro».

La clausura a la que están sometidas las Pelayas hizo que la entrega de la medalla se trasladara al interior del monasterio, en lugar de celebrarse, como ocurre habitualmente, en la Casa Consistorial. Hasta San Pelayo se desplazaron el Alcalde y varios miembros de la Corporación municipal, tanto del PP como del PSOE, además del arzobispo, Carlos Osoro, que fue el encargado de la glosa de las monjas. La comunidad hizo una excepción en la regla de San Benito por la que se gobierna, «ora et labora», para acoger a sus invitados, agasajándolos con su música e invitándolos a conocer el monasterio.

Fue el Alcalde quien, tras dar la bienvenida a los asistentes, encargó a una funcionaria municipal la lectura del acuerdo plenario por el que se otorga esta distinción. En él se reconoce la contribución de las monjas de San Pelayo al «engrandecimiento de Oviedo», a la difusión de la fe y la cultura y su dedicación a conservar el patrimonio documental de la región en su excelente archivo y a través de sus talleres de restauración, así como su investigación de la música litúrgica. Ésos son sólo parte de los méritos que se les atribuyeron ayer a las Pelayas. A lo largo de la hora que duró el acto se fueron añadiendo otros muchos.

Gabino de Lorenzo fue el primero en intervenir y lo hizo reconociendo que «es muy difícil permanecer a través de los tiempos fieles a la propia identidad». Las Pelayas son, según él, «testigo privilegiado de la historia de la capital del Principado». «Durante todo este tiempo han estado aquí sin meter ruido alguno, salvo el repique de sus campanas», indicó. Desde ese silencio, continuó, «han contribuido de manera notable a la conservación y divulgación de la cultura asturiana» y han mantenido «las puertas siempre abiertas para quienes buscan la soledad y la trascendencia».

Aprovechó luego para reflexionar sobre la falta de valores espirituales en la sociedad actual y defendió «el compromiso con los más necesitados». Oviedo nació hace diez siglos y medio -en 2011, recordó el Alcalde, se celebrará ese aniversario- y De Lorenzo observó que «todavía podemos enlazar con aquella época a través de vosotras». Es eso lo que reconoce la medalla de oro de Oviedo, en definitiva: «Todos estos años de buena vecindad».

El Arzobispo fue el encargado de hacer la presentación de las Pelayas y empezó situándolas como «motivo de orgullo» para Oviedo y Asturias. «Sois gloria de la Iglesia que camina en Asturias», dijo. «Nadie que viene aquí se siente en lugar extraño», declaró, refiriendo su propia experiencia. «Cuando llegué a Oviedo conocí este monasterio. He encontrado siempre acogida, descanso, paz y la palabra oportuna para mi espíritu». «Nos decís, con vuestra vida y gestos, que pongamos la vida y el corazón donde merece la pena», concluyó.

Fuente: LNE

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