domingo, 6 de mayo de 2007

La Abadesa cuenta como es el monasterio por dentro


-¿Qué requiere el cargo de abadesa?
-Las hermanas nos ayudamos mutuamente. San Benito dice: «Que se obedezcan las hermanas unas a otras». Soy abadesa desde 1987. Yo era una persona de genio y las hermanas me perdonan cuando se me escapa. Sin el apoyo de las hermanas esto no saldría adelante. El abad no debe ser suspicaz, porque nunca tendrá paz. Hay que fiarse de las personas, a veces hay que decir cosas que son incómodas... Esta es una opción de vida escogida libremente. El monasterio puede ofrecer valores que la sociedad ha perdido: la obediencia, las relaciones desinteresadas, la relación con lo trascendente, la generosidad... Nosotros intentamos seguir viviéndolos y la sociedad tiene que llegar a recuperarlos.

-Han contado con el respaldo de administraciones de distinto signo político.
-Así es. Siempre recuerdo la bendición de las campanas. Estaba doña Laura (González), de IU, que entonces presidía la Junta General; el Alcalde y varios concejales del PP, gente del PSOE e incluso del partido de Xuan Xosé (Sánchez Vicente). Lo mismo ocurre a nivel de parroquias, no nos consideramos de ninguna. Sentimos que somos de todo Oviedo. Nos sentimos queridas por la gente de la ciudad, queridas y arropadas. Advertimos el respeto de Oviedo por la comunidad y la comunidad siente el mismo respeto por Oviedo. Nos sentimos de aquí, aunque no todas lo seamos.

-¿De dónde proceden las hermanas?
-De distintos países y provincias. La mayoría de las que fueron llegando aquí lo hacían siguiendo a sus familias, que vivían en Oviedo.

-¿Las monjas pueden solicitar su traslado a otro monasterio?
-Los monasterios benedictinos somos totalmente autónomos. Los monjes se comprometen con la comunidad y no hay superiores provinciales, aunque mantenemos una relación fraterna con los demás monasterios. Pero las monjas se vinculan con una comunidad y un lugar, como en un matrimonio: para la salud y la enfermedad, para la riqueza y la pobreza... La comunidad se ensambla como una familia, y eso hace que se crezca más personalmente. Te enfrentas a tu propia realidad, aprendes a conocerla y a gestionarla. Cuando entras aquí lo haces sabiendo que si surge un problema has de solucionarlo, no puedes pedir el traslado a otro lugar para huir de él. Nosotras hacemos voto de obediencia, conversión de costumbres -vivir como monja- y estabilidad. Lo precioso de la vida monástica es la convivencia entre personas de procedencias muy diversas.

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