lunes, 12 de marzo de 2007
La Sala capitular de la Catedral de Oviedo
La inquietud ante la presencia francesa aumentaba en España, y Asturias no estaba tan aislada al otro lado de las montañas como para que no tuviera eco en ella, sino que la propia Asturias contribuía a crearla. Como escribe André Fugier: «En el mes de mayo de 1808, cuando la Junta General se aprestaba a reunirse en Oviedo, había cierta agitación en el Principado desde hacía varias semanas. La gente se inquietaba al saber que bajo el pretexto de la expedición a Portugal, masas, cada vez mayores, de tropas francesas, entraban en el Reino y ocupaban las fortalezas del Norte. Particularmente en Oviedo y en Gijón, la efervescencia crecía de día en día».
En estas circunstancias de tensión y espera había de reunirse la Junta General del Principado, la cual efectuaba sus sesiones cada tres años en la sala capitular de la Catedral de Oviedo bajo la presidencia del regente de la Real Audiencia, que las convocaba, generalmente en mayo. De manera que no fue necesario reunir a la Junta a raíz de los sucesos del 2 de mayo en Madrid, de los que llegaron noticias el día 9, porque le correspondía reunirse de manera natural; y aunque en sus atribuciones no entrara lo que pudiéramos denominar «alta política», en las asambleas se adoptaron resoluciones de tanta importancia como jamás se habían tomado hasta entonces ni volverían a tomarse en lo sucesivo.
A los muchos merecimientos de la Junta, según Caveda Nava, «una revolución tal vez sin ejemplo en los anales de la Europa moderna, le guardaba otros más cumplidos y gloriosos. Su heroico pronunciamiento contra el Imperio francés, cuando se derramaban sus huestes como un torrente asolador por las sorprendidas e inermes regiones de España en 1808, es uno de aquellos acontecimientos altamente sublimes que, producido muy de tarde en tarde por el entusiasmo de la libertad y el amor de la patria, se transmiten a la posterioridad para dechado y admiración de los pueblos. La sangre española alevosamente derramada en Madrid el 2 de mayo por el ejército invasor y las proclamas del príncipe Murat inclinando pérfidamente a los pueblos a que permanecieran tranquilos... produjeron el 9 de mayo la memorable insurrección de Oviedo».
Aquel 9 de mayo se conocieron en Oviedo las primeras noticias de los sangrientos sucesos de Madrid. El oficial Álvaro Ramos leyó en voz alta a las personas congregadas ante la Administración de Correos, que se encontraba al lado de la Catedral, la «Gaceta» y varias cartas que relatando la insurrección de los madrileños y la represión de los franceses, exaltándose los ánimos aún más de lo que lo estaban. A esto se añadió el hecho inoportuno de la publicación del bando de Murat dando a elegir a los españoles entre la calma o el palo, y que Toreno califica como «sanguinario».
Cumpliendo órdenes superiores, el comandante provincial de armas, Nicolás Llano Ponte, y el secretario de la Audiencia, Pedro de la Escosura, salieron de la Audiencia precedidos de un tambor con el propósito de fijarlo; mas al llegar ante la antigua fuente de Cimadevilla, una mujer del pueblo llamada María Andallón gritó: «¡Abajo el imprimido!», siendo secundada por otra, de nombre Joaquina Bobela, que gritaba: «¡Que no se publique!», y otros entre los que destacaba el canónigo Llano Ponte. De manera que un Llano Ponte se encontraba a cada lado en aquel conflicto: lo que había de ser caso normal en la historia cainita española a lo largo de los dos siglos siguientes.
Ante la reacción del pueblo, acaso no tan soberano pero más pueblo que en circunstancias posteriores, que gritaba vivas a Fernando VII y a la religión y mueras a Murat, y exigía la quema del bando, y que no tardó en pasar de los gritos a la acción, rompiendo don Froilán Méndez de Vigo el parche del tambor, los magistrados se vieron forzados a buscar refugio en la Audiencia, de la que venían, siendo seguidos por el populacho, que los insultaba y apedreaba. Libraron gracias a la protección del obispo Hermida, de su provisor don Marcos Ferrer y de algunos militares y miembros de la Junta.
El obispo se dirigió a los amotinados desde un balcón procurando sosegarlos, pero la llegada de algunos estudiantes y de un grupo de vizcaínos que se habían apoderado de fusiles en la casa de armas volvió a excitar los ánimos, se forzaron las puertas de la Audiencia y el pueblo invadió el edificio con el alcalde Busto a la cabeza, mientras deliberaban los magistrados; uno de ellos, el oidor Miguel Zumalacárregui, se dirigió a los vascuences en su bable, consiguiendo calmarlos. El procurador general don Gregorio de Jove, por su parte, se apoderó de los bandos y, mostrándoselos al pueblo, propuso a los amotinados que le siguiesen hasta el Campo de San Francisco, cosa que hicieron dando vivas al rey, mueras a Murat, y allí, bajo los árboles, los bandos fueron rotos.
En tanto, la Junta se encontraba reunida en la sala capitular de la Catedral, y en ella depositaron los ovetenses la confianza que le habían retirado a la Audiencia. Como escribe el conde de Toreno en su «Historia del levantamiento, guerra y revolución de España», acertó igualmente a estar entonces consagrada la Junta General, reliquia dichosamente preservada del casi universal naufragio de nuestros antiguos fueros. Sus facultades, no muy bien deslindadas, se limitaban a asuntos puramente económicos; pero en semejante crisis, compuesta en lo general de individuos nombrados por los concejos, se la consideró como oportuno centro para legitimar los ímpetus del pueblo. Reuníase cada tres años, y casualmente en aquél cayó el de su convocación, habiendo abierto sus sesiones el 1 de mayo».
La noche del 24 de mayo doblaron las campanas de la Catedral y de todos los templos de la ciudad, y se encendieron fogatas en los montes de los alrededores; numerosos aldeanos armados se concentraron en Oviedo. Reunida la Junta durante toda la noche, en la sesión del día 25 se tomaron acuerdos trascendentes, de gravedad extrema: constituir una Junta de Gobierno que se hacía cargo de manera interina de la soberanía nacional, dejando bien claro que en esa Junta General del Principado de Asturias residía la soberanía «mientras no fuera restituido al Trono su legítimo soberano, el legítimo Rey don Fernando VII»; declarar la guerra a Francia; levantar un Ejército asturiano de veinte mil hombres e imponer una contribución especial para sostenerlos y enviar una embajada a Inglaterra en requerimiento de auxilio; asimismo, la Junta «encarga también a los párrocos que exhorten a sus feligreses capaces de tomar las armas el sagrado deber que tienen de abrazarlas en defensa del Rey, de la religión y de la patria, cuando tan gravemente son ofendidas». Y para que no cupiera duda alguna, se proclama que «Asturias, en nombre de la España invadida y de su Rey cautivo, declara la guerra al emperador de los franceses». A Napoleón Bonaparte.
Álvaro Flórez Estrada, como procurador general, redactó e hizo publicar ese 25 de mayo de 1808 una enérgica proclama de la Junta General llamando a los asturianos al levantamiento contra un Ejército invasor cuya «conducta con toda la Nación es más inicua que la que teníamos derecho de esperar de una horda de hotentotes», e informando a sus paisanos de que «el Principado, en desempeño de aquellos deberes que más interesan al hombre, ya ha declarado formalmente la guerra a la Francia», al tiempo que recuerda pasados hechos en que igualmente fue en Asturias donde se dieron los primeros gritos de libertad contra el invasor, en las montañas de Covadonga: «Al arma, al arma, asturianos. No nos olvidemos que Asturias, en otra irrupción, sin duda menos injusta, ha restaurado la Monarquía... Sepamos que jamás nos pudo dominar nación extranjera por más esfuerzos que ha hecho».
Daba así comienzo una guerra muy larga, que se extendería desde los campos de Andalucía hasta los hielos de Rusia. Mientras Napoleón se erguía sobre Europa, tan sólo le plantaban cara la gran fortaleza insular de Inglaterra y una antigua región olvidada y perdida: «Un rincón de España, apenas perceptible en el mapa, pone con el grito de Libertad e Independencia toda la Nación en movimiento -escribe Ramón Álvarez Valdés-, y andando el tiempo, el reto de Europa...».
El grito de guerra dado en la sala capitular de la catedral de Oviedo alcanzará con su eco al crepúsculo rojizo de Waterloo.
Fuente: LNE
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