A los trece años, Constantino Rodríguez Fanjul -«Choli» para todos los que le conocieron- había subido a lo más alto de la ciudad y contemplaba las calles y las casas de un Oviedo devastado por la guerra civil, encaramado en la torre de la Catedral. Choli pagaba caro ese privilegio trabajando como tallista en su reconstrucción.
El frío que pasó en aquellos años se le metió en el cuerpo y lo acompañó toda su vida, razón por la que, según cuentan sus hijas, la calefacción en su casa siempre estaba a tope. Choli quería contar cómo un puñado de hombres, él y sus compañeros de cuadrilla, repararon los desastres de la contienda y fueron borrando las huellas que había dejado en el edificio. La muerte le sobrevino hace unos días antes de que pudiera hacerlo y ahora, su voz es la de su familia.
Su esposa, Maruja Rodríguez, cuenta que Choli nació en la calle La Vega, -«al toldo de la Catedral», como dice su hija Eugenia- y que, trabajando en ella, aprendió el oficio. En las fotografías, Choli es siempre el más joven de la cuadrilla. En un boletín del Instituto de Estudios Asturianos que él guardaba se cita a todos los obreros que trabajaron en aquella restauración: «Los obreros fueron los siguientes: maestro de obras, Delfín Rodríguez; canteros especializados, Antonio González, Maximino Sella Servet y Manuel Alonso Suárez; administrativos, Rogelio Martín Noval y Manuel Montero Corzo; tallista, Agustín Menéndez Bravo y Constantino Rodríguez Fanjul; asistentes, Casimiro Naves González y José Cabal; peón, Marcelino Martínez Garrido».
Unos días antes de su muerte, Choli dictó a su hija Eugenia algunos datos sobre su actividad profesional. Anotaba que la reconstrucción de la Catedral se había realizado durante los años cuarenta y cincuenta, bajo la dirección del arquitecto Luis Menéndez Pidal y con Delfín Rodríguez, hermanastro de Choli, como maestro de obras. Trabajaban a las órdenes del servicio nacional de Regiones Devastadas, que había sido creado en 1938 y que luego se transformó en Dirección General. Choli dejaba constancia también de que el recinto de la Catedral había recibido, durante la guerra civil, más de 160 impactos de cañón y añadía que «a la torre le volaron más de 15 metros».
A través del boquete de la torre, Choli y sus compañeros jugaban a lanzar bolas de nieve a los operarios que trabajaban en el interior del templo y les retaban a adivinar quién había sido el autor de la travesura.
Dada su habilidad para ascender hasta lo más alto de la basílica, Choli fue, durante años, el encargado de colocar el pañuelo rojo del Jubileo de San Salvador ondeando en la torre. Sus hijas, Eugenia y Conchita, recuerdan cómo les contaba que, por hacerlo, cobraba 50 pesetas.
Cuando acabó con la restauración en la Catedral continuó con su oficio en el taller de su hermanastro, en la calle Martínez Vigil. El Concilio Vaticano II dio mucho que hacer a Choli, con los cambios que introdujo en el culto y, por consiguiente, en el interior de las iglesias. El altar de San Bartolomé de Nava, el púlpito giratorio de Santa María La Real de La Corte y su altar son obra suya. También salió de sus manos el caracol de la fuente del Campo de San Francisco, que ya desde el principio tuvo problemas con sus cuernos -Choli los reponía una y otra vez porque los niños o los gamberros los arrancaban-.
El San Tirso que vigila la entrada a la plaza de la Catedral por la calle del Águila fue tallado en piedra por él en 1959, a partir de la que había realizado en barro Covadonga Romero, la esposa de Ruperto Caravia. Por ella, Choli cobró 3.790 pesetas. Y cómo esas, otras obras de Constantino Rodríguez, un marmolista que tenía manos de escultor, están esparcidas por la ciudad, en las celosías de los monumentos prerrománicos, en la Cámara Santa o a los pies de la iglesia de San Juan.
sábado, 16 de junio de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario