jueves, 7 de junio de 2007

Jose Manuel Uncal, un poeta del mar


Si se habla de mar en Asturias, es inexcusable tener en cuenta a José M.ª Uncal, poeta del mar; y sin embargo, se trata de un poeta olvidado. El centenario de su nacimiento, en 1902, no sirvió para que renaciera; el Ayuntamiento de Caravia, su concejo natal, hizo ademán de publicar una selección de sus poemas, pero no lo ha hecho. Y sin embargo, como escribió Juan Antonio Cabezas: «Uncal, anclado tierra adentro, escribía siempre mirando hacia el Norte, cara y alma vueltos hacia el trémulo horizonte de agua y cantiles de su Caravia soñada».

Su obra, a pesar de todo, está ahí, dispersa en volúmenes viejos, ya fuera del mercado, tal vez inencontrables: desde «Fronda silente», aparecido en 1921, a «El brindis de los tres capitanes», de 1961, son cuarenta años de versos en los que el tema del mar se repite de manera constante: «Poemas cantábricos», «Rumbos soberanos», «La ruta de Cipango», «Diez velas sobre el mar» y «Tajamar», más el añadido de algunas novelas cortas como «El hombre de la pipa», «Barro» y «Umbrales rojos», y una antología de poetas españoles en Cuba de título bien marinero: «Los Argonautas». Ésta es la obra de Uncal, ajena al realismo ramplón, a la poesía de circunstancias, al provincianismo de mesa camilla.

Como escribió Pedro G. Arias en su «Antología de poetas asturianos», fue «poeta enamorado de los viajes con escenario de estrellas... Fantástico navegante por los mares de Caipango y por la ajardinada costa de Apolo... Izando velas azules, ondulantes sobre el botalón de su cachimba, ha hecho entrega de su lira a las nereidas. Desde entonces, las inmortales deidades, agradecidas, le prodigaron nuevos y encantadores secretos de la mar». Y lo más prodigioso de este insistente poeta del mar es que el mar que canta sólo existe en su imaginación. No fue marino, a diferencia de José del Río Sainz, con quien puede equiparársele, aún reconociendo la mayor sustancia como poeta del santanderino; pero, como Uncal confiesa en su «Canto al mar»:

«Yo siento las aguas del mar / en las venas cantar».

Y fue capaz de transcribir ese canto con una entrega que ocupó toda su vida, dedicada al periodismo y a la tipografía en Cuba y en Madrid. Nacido en Caravia en 1902, a los 13 años emigró a Cuba, pero, en lugar de ser comerciante o tabaquero, trabajó como tipógrafo y linotipista, lo que le facilitó lecturas abundantes aunque dispersas, y por esa vía entró en el periodismo, colaborando en el «Diario de la Marina», el «Diario Español», «El Heraldo de Cuba», etcétera, y en las revistas habaneras «Carteles», «Social» y «Bohemia», hasta su regreso definitivo a España en 1926.

Los caudales que trajo de las Indias se agotaron pronto, y, como él mismo confiesa, «pasó las de Caín». Pero no se agotó el impulso poético, y, a pesar de la gris rutina diaria, en un Madrid rompeolas de provincias, el poeta ve navíos, borrascas, abordajes, viejas tabernas llenas de humo en perdidos puertos lejanos y huidizas islas de coral sobre el mar azul, donde otro cualquiera vería ministerios y papelotes timbrados.

Porque, como señala Constantino Suárez, «José María Uncal no es el poeta que busque la emoción de lo pequeño, de lo doméstico, que pudiéramos decir. Su imaginación exuberante vuela intrépidamente siempre, dejando una estela de imágenes centelleantes. Su inspiración es torrente que se desborda y despeña y no manantial que borbotea mansamente. De ahí que el mar, inmenso y misterioso, y los hombres que en él viven, aventureros sobre todo, sean sus temas codiciados».

La literatura española, con tanta costa como tiene España, con tan magníficas épicas marinas emprendidas y culminadas, vive de espaldas al mar. Lo mismo puede decirse de Asturias, que siendo la provincia de mayor costa de las que se asoman al mar Cantábrico, es la que más insignificante tratamiento literario del mar ofrece. Clarín no le dirige ni un vistazo, demasiado ocupado en su literatura costumbrista de salón y sacristía provincianas; tampoco Ramón Pérez de Ayala. El «José» de Palacio Valdés es la ventana al mar de una literatura de interior.

Nada digamos de los poetas, entre los que si últimamente asoma el mar, es por mimetismo anglosajonizante, con la excepción de Berta Piñán, tal vez. Por todos estos motivos, la obra de Uncal es excéntrica no sólo en Asturias sino en España. Porque el mar de sus versos no es el mar de Caravia, sino el mar de las novelas, soñadas más que leídas, en la infancia. Poeta modernista, ofrece una visión romántica del mar pasada por Pierre MacOrlan o por el sentido aventurero de Blaise Cendrars.

Un mar romántico con escenografía de sus versos, muchos de ellos agrupados en sonetos, pasan timoneles y borracheras, corsarios y monstruos marinos, cien velas bajo el sol y la vieja carabela que surcó todas las aguas, y se confunden la ruta de Cipango y la de Simbad, el Estrecho de Torres y el Canal de la Mancha. El poeta del mar en tierra, desentendiéndose del vivir diario, canta los mares que rodean una geografía maravillosa:

«Mares de las perlas -ilusión dorada-, / cuna de piratas y de bandoleros / en que los tifones de brusca melena encrespada, / crepitan ardientes, soberbios y fieros, / igual que una selva que fuera incendiada».

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