lunes, 4 de junio de 2007

La vida sin la fabrica de Tabacos de Gijon


«Les cigarreres nos daben la vida, fía». Habla Carmen Fernández, Carmina, propietaria de una mercería que cumplirá el próximo octubre 20 años de historia. El suyo es uno de los negocios de Cimadevilla que se ha resentido con el cierre de la Fábrica de Tabacos. Hasta el punto de que «yo venderé la mitad que antes».

Son los daños colaterales del cese de actividad en una fábrica histórica, donde llegaron a trabajar 1.700 personas. La plantilla se había quedado reducida a 266 empleados en el último año de producción y, cuando se echó definitivamente el cerrojo, ya sólo quedaban en su puesto 84 cigarreras. «¿Tú sabes lo era tener tanta gente bajando y subiendo delante de la tienda? Ellas, además, eran de gastar en el barrio», comenta Carmina Fernández, que nació y vive en Cimadevilla.

Su mercería se encuentra en la calle Vicaría, una de las rutas que las cigarreras solían seguir en su desfile diario hacia la Fábrica de Tabacos. Incluso hay canciones populares que lo mencionan. Para Carmina, ese recorrido «ha perdido alegría». Ella aguanta «por tener una jubilación para el día de mañana» y porque «lo que saco nos sirve de ayuda; oye, tenemos dos fíos que están estudiando...». Y añade: «Aparte, dónde voy yo ahora. No estoy preparada para los negocios actuales, que tienen ordenador y todo».

Hay muchos vecinos, comerciantes y hosteleros que se sienten damnificados por el cierre de la Fábrica de Tabacos. Aunque lo cierto es que las heridas están cicatrizando. Yolanda Mones es la prueba de ello. Hace 27 años que montó una carnicería en Cimadevilla, aconsejada por su padre, que entonces le vio tirón comercial al barrio alto. El año pasado, una vez superado «el susto» de Tabacalera, remodeló por completo el negocio para modernizarlo y seguir adelante.

«Claro que las cigarreras daban vida y claro que se notó un bajón en las ventas cuando cerró la fábrica, pero no quedó otro remedio que adaptarse», explica Yolanda. «La transición de pasar de una situación a otra fue dura, pero también es verdad que la pérdida de las cigarreras se va compensando con la llegada de nuevos vecinos al barrio», subraya.

Yolanda Mones vivió en Cimadevilla durante 13 años. Al cabo de ese tiempo, se mudó a Somió, la parroquia donde nació. Si alguna vez se propusiera volver al asfalto, tiene claro que «vendría otra vez para aquí; vivir en este barrio va a ser un lujo con todo lo que está cambiando, todavía lo hablaba yo el otro día con el marido». Su discurso es un baño de optimismo para un vecindario que insiste en que «lo único que tenemos son bares».

Fuente: LNE

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