sábado, 2 de junio de 2007
Don Raul, en el recuerdo de la Catedral
Hace años tuve la suerte de compartir la vida con don Raúl Nicolás Arias del Valle. Nos unió una gran amistad e ilusiones por la mar, la vida, la poesía, y nos siguen uniendo, ahora ya, las esperanzas aquéllas, hechas trascendencia y eternidad. Don Raúl solía escribir en LA NUEVA ESPAÑA bajo el epígrafe «A la sombra de la Catedral», a la que, por ser la iglesia mayor del Principado de Asturias, profesaba una especial devoción. En esa catedral existe un objeto que siempre le suscitó curiosidad por el camino recorrido, por las esperanzas que albergó y por el silencio en el que está: el Arca Santa. Por ello ahora, recordando la memoria del buen amigo, ofrezco éste de los muchos recuerdos que vivimos juntos. Desde el cielo, seguro, don Raúl sonreirá y sin duda recordará la brisa suave de la mar de Ribadesella, que llega desde la Atalaya.
Donde el cielo es rascado por las agudas crestas de las montañas y se deshilachan las nubes, donde la bruma presta al cielo su secreto y su misterio, donde el Hacedor supremo construyó una muralla natural de defensa al pueblo astur y donde se quebró el empuje victorioso del invasor, que venía de otras tierras y traía otro dios, otra sangre, la media luna y el sol, allí surgió -envuelta de bruma y de misterio- la historia o la leyenda del Arca Santa, hecha de cedro del Líbano y repujada de plata, trabajo que mandó realizar el rey Alfonso VI, al que el buen Cid en vida sirvió y ahora, en muerte, fidelidad guarda.
El Arca Santa -que primero estuvo en el Monsacro y hoy en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo- guarda las santas reliquias, «que se ven en la Cámara Santa» y que nos refiere también L. A. Carvallo en 1695 -«Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias», Madrid, Ed. Julián de Paredes, en las páginas 186 y ss-. Acerca del Santo Sudario dice lo siguiente: «En esta Santa Cámara está el santísimo Sudario, una de las más venerables y más insignes y santas reliquias de la Cristiandad, porque es un pedazo del lienzo en el que fue envuelta la cabeza y rostro de Nuestro Señor cuando fue sepultado, manchado en muchas partes y casi todo con su sangre preciosísima.
El lienzo es delgado, no usado y crudo a lo que parece, de tres cuartas de en largo y media vara de en ancho; está tendido en un marco de madera, cubierto de terciopelo negro. No se muestra al pueblo sino tres veces al año: Viernes Santo y las dos fiestas de la Cruz de mayo y septiembre, lo cual se hace con gran reverencia y solemnidad, juntándose mucha gente de diversas partes; no le enseña sino el Obispo, estando en la ciudad, y en su ausencia la mayor Dignidad que se hallare en la Iglesia. Éste es el lienzo que refiere San Juan en su Evangelio, que se halló en el Sepulcro del Señor habiendo resucitado, y con las demás Reliquias vino en la Santa Arca de JerusalénÉ».
Quien pase por Oviedo puede ver en la Cámara Santa, tras una verja custodiada, el reposo y silencio catedralicios de la mencionada Arca y algunas de las reliquias en ella antaño contenidas. Destino misterioso y profundo el de este mundo encerrado en cedro: recorrer tanta distancia desde la Tierra del Salvador, para en el Salvador -así es la advocación a la que está dedicada la catedral ovetense- quedar, tras rejas, custodiada detrás de los muros y riscos asturianos. Ni siquiera la barbarie, que hace poco destrozó la Cruz de la Victoria -símbolo del pueblo astur- y de aquéllos que sólo viven para sí, rozó el vestido de plata de la venerada y misteriosa Arca.
La Cámara Santa de la catedral de Oviedo fue dinamitada en la revolución de 1934, cuando se intentó dar un golpe de Estado contra la II República española. Más tarde en los años setenta del pasado siglo sufrió el asalto y robo por un pobre hombre que sólo pensaba en lo que podía significar el oro y las piedras preciosas.
El espectador atento no sabe con seguridad y certeza dónde termina la historia y comienza la leyenda, donde termina la casualidad y empieza el misterioso destino del Arca, dónde acaba la verdad y se levanta la interpretación interesada. La bruma más densa cubre la vida del Arca Santa como la vida de la región, que le dio un portentoso cobijo entre agrestes montañas y fértiles valles.
El corazón inquieto se pregunta con atención y mantenida curiosidad si la historia es verdad o la leyenda acabó por triunfar, convirtiéndose la leyenda en la lectura de los acontecimientos por parte del hombre que los vive y los resucita de nuevo para seguir viviendo, cuando la vida es más que la existencia misma. ¿Es la historia leyenda? ¿La leyenda es verdad? El Arca Santa está aquí y su mutismo es curiosidad y es certeza; ¿en ella está y es la historia? Lo mismo de la amistad, mi querido Raúl.
Miguel Ángel Cadrecha y Caparrós es doctor en Teología.
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