La polémica suscitada en la Facultad de Medicina después de que un profesor de Biofísica suspendiera (en primera instancia) a 145 de sus 146 alumnos ha reabierto el debate sobre el rendimiento de las titulaciones de la Universidad de Oviedo. Porque esa debacle colectiva constituye un hecho insólito para Medicina, considerada la joya de la corona de la institución académica, pero no para otras carreras que tienen tasas de suspensos muy elevadas. De hecho, los alumnos de ocho titulaciones concluyen su carrera con una media de más de tres años de retraso sobre lo que estipula su plan de estudios.
Estas carreras, todas superiores, son Informática (4,07 años de retraso), Marina Civil (3,79), Ingeniero de Minas (3,42), Ciencias del Trabajo (3,40), Ingeniero Geólogo (3,38), Historia y Ciencias de la Música (3,11), Matemáticas (3,06) y Odontología (3,04). El retraso medio es de 1,84 años.
También hay una treintena de asignaturas con una tasa de suspensos por encima del 70 por ciento, lo que ha llevado a algunos vicerrectores a entrevistarse con los directores de departamento y los profesores que imparten estas materias para que mejoren sus métodos docentes. Según el rector, Juan Vázquez, nadie discute la libertad del profesor para calificar a sus alumnos «pero si se producen desviaciones hay que acometer procesos correctores que están contenidos en la normativa académica».
Vázquez sostiene que una de las grandes preocupaciones de su doble mandato ha sido mejorar el rendimiento de las carreras: «Ahora contamos con guías docentes y hemos elevado al 78 por ciento la tasa de éxito de los estudiantes». Esta tasa mide el número de créditos aprobados en relación a los que se presentan a un examen.
Pilar Rodríguez Mateos, catedrática de Derecho Internacional Privado, tiene fama de suspender a muchos de sus alumnos de quinto de carrera. Apela a las estadísticas para quitarse el sambenito de dura. El pasado año, de los 60 alumnos que se presentaron a los exámenes de junio, aprobaron 53: «Esto quiere decir que aquellos que trabajan la asignatura la acaban aprobando; yo estoy encantada con estos alumnos». ¿Cuál es el problema? Que son muy pocos los que siguen su consejo porque sólo uno de cada cuatro se presentaron a los exámenes del pasado junio. «Van pocos alumnos a clase y al final también son pocos los que se presentan a hacer el examen, aunque, curiosamente, en las tutorías de junio empezamos a encontrarnos con los ''alumnos fantasma'', jóvenes a los que no vemos el resto del año», subraya la catedrática.
El rector reconoce que las tasas de absentismo en la Universidad de Oviedo son muy elevadas. Hasta el punto de que incluyen a más de la mitad de los alumnos. La asistencia a clase, cierto, no es obligatoria. Rodríguez Mateos reflexiona sobre esta circunstancia: «Lo que más me preocupa como profesora es el absentismo. El alumno es libre para decidir si va o no a clase. No se puede obligar al alumno a acudir al aula, pero el que no lo hace tiene que ser consecuente con su suerte». Lo que esta catedrática tiene claro es que no va a regalar ningún aprobado «para alimentar estadísticas que a la postre van en contra de jóvenes que no tienen la madurez suficiente para estar en la universidad».
Durante su largo período docente, Gustavo Bueno también se ganó fama de «hueso» entre los alumnos de Filosofía: «Tenía buena relación con ellos, sin perjuicio de que algunos cayeran en el examen. Yo he pasado situaciones parecidas a las de ese profesor de Biofísica porque, en cuanto aprietas un poco, la gente flojea; recuerdo a un catedrático de Arte que hace muchos años se cargó a todo el curso y los alumnos le hicieron huelga; el hombre vino derrotado a hablar conmigo y le ayudé a mejorar las calificaciones». Bueno también evoca un «conflicto de guerra» con los alumnos en el antiguo edificio de Valdés Salas: «Pusimos un sistema que consistía en que nos entregaran trabajos todos los meses; un día nos quemaron todos los cuadernos».
Son muchos los que sugieren en la comunidad educativa que suspender a dos de cada tres alumnos debe ser asumido como un fracaso del profesor (no sólo del estudiante) por no haber pulsado la tecla adecuada. Pura demagogia, para Bueno: «Lo que ha hecho ese profesor de Biofísica es muy valiente; el problema es que los médicos consideran la Biofísica como una maría y, además, los alumnos no saben nada de Física; muchos expedientes de Bachillerato se componen a base de meter asignaturas mucho más sencillas; estoy seguro de que el curso que viene los alumnos se tomarán más en serio Biofísica».
El catedrático José Muñiz, decano de Psicología, considera que si un profesor regala un suspenso masivo a sus estudiantes, sobre todo en una carrera como Medicina, que luce los mejores expedientes universitarios «y los alumnos tienen una capacidad intelectual probada», es porque algo no marcha bien: «Sin conocer a fondo el caso de Medicina, cuando ocurren estos supuestos es porque hay un desajuste entre lo que el profesor cree que sus alumnos deben saber y lo que los alumnos saben en realidad».
Pero, cuidado, advierte Muñiz: «Esto no quiere decir que al final haya que aprobar a todos los estudiantes porque ese mensaje, además de populismo barato, es muy perjudicial para el sistema educativo; de lo que se trata es de buscar un equilibrio sin culpar de todo a los alumnos y sin poner sistemáticamente al profesor en la picota».
Pasa a la página siguiente
Fuente: LNE
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario