martes, 17 de abril de 2007
La Camara Santa y sus reliquias
Seguro que el título que encabeza estas líneas le resulta familiar a cualquier asturiano. Sin embargo, como sucede con un montón de cuestiones históricas o patrimoniales de la provincia, a muchos no nos resultaría fácil concretar, de buenas a primeras, demasiadas pinceladas sobre el asunto.
Esta afirmación no sólo es válida para el ciudadano de a pie, sino que es perfectamente extensible al ámbito universitario, donde la creciente especialización está generando historiadores que cada vez saben más sobre menos cosas.
La llamada Cámara Santa no es otra cosa que el edificio situado entre la Catedral de Oviedo y su claustro, en la parte meridional de aquélla. Esta realización prerrománica consta de dos pisos de unos diez por tres metros de superficie, ambos de cubierta abovedada: el inferior, que se adosa a una edificación más antigua llamada torre de San Miguel, es conocido como cripta de Santa Leocadia; del superior, que habría sufrido reformas hacia el siglo XII, destacan las esculturas de los doce apóstoles que exhiben las columnas sobre las que descargan los arcos fajones de la bóveda.
Suele admitirse que, precisamente para custodiar las reliquias que conserva, la mandó construir Alfonso II, que reinó en Asturias entre 791 y 842; pero en los últimos tiempos este extremo ha sido cuestionado por algunos especialistas, que consideran que se habría erigido algunos años después, teniendo en cuenta que las crónicas asturianas no la mencionan. Ya en el siglo XX, la voladura de la Cámara por los revolucionarios durante los sucesos de octubre de 1934 ocasionó en ella y en algunos de los objetos allí guardados importantes daños, lo que obligó a su restauración.
La planta superior es la que alberga desde hace cientos de años las reliquias y joyas que han dado fama a la Cámara Santa. Entre ellas sobresale la denominada Arca Santa, realizada en madera de cedro y cubierta por una chapa de plata repujada con distintas escenas de la vida de Jesús.
Tal y como se conserva, ordenó su ejecución Alfonso VI, bajo cuyo reinado, en el año 1075, se realizó un inventario de las reliquias que contenía, asegurándose que, entre otras cosas, allí se encontraba nada menos que un puñado de tierra pisada por Cristo, un trozo del sudario que lo envolvió y otro de la cruz, junto a presuntos restos óseos de santos y profetas varios.
Más populares que el Arca son las Cruces de los Ángeles y de la Victoria, dos exponentes fundamentales del prerrománico asturiano. La primera, que hoy aparece en el escudo de Oviedo, fue ofrendada a la Iglesia de San Salvador por Alfonso II en 808, y consiste en una cruz griega -el palo y el travesaño son prácticamente iguales- cuyos brazos se ensanchan en los extremos.
La segunda, emblema del Principado desde el siglo XVIII, fue donada a la Catedral por Alfonso III y su esposa Ximena en 908, y se trata de una cruz latina -el travesaño divide el palo en partes desiguales- con brazos trebolados en todos extremos salvo el inferior.
Las dos presentan un cuerpo de madera cubierto de oro y ricamente decorado con piedras preciosas, aunque el reverso de la segunda es más sobrio que el de la primera, de la que destaca el anverso por la perfección de su labor de filigrana (esos minuciosos adornos ejecutados con finísimos hilos de oro y plata). Tan delicados trabajos de orfebrería sufrieron un notable deterioro en 1977, cuando fue necesario reconstruir las Cruces después de ser robadas y desmontadas por un sujeto que acabó siendo detenido en Oporto.
En todos los lugares de peregrinación del medievo (Jerusalén, Roma, Santiago ) fue habitual la forja de leyendas que adulteraban la realidad de toda la parafernalia asociada al santuario en cuestión, lo que acentuaba el abolengo y la solera de éste, proporcionándole una pátina de infalibilidad que despertaba el entusiasmo y seducía a la mentalidad colectiva del momento.
Así que no faltan tradiciones que afirmen que la Cruz de la Victoria fue portada por Pelayo en la batalla de Covadonga, y que la de los Ángeles fue realizada por dos de estos espíritus celestes en un abrir y cerrar de ojos, mientras que el Arca habría llegado a Oviedo desde Jerusalén, previo paso por Toledo. Lo mismo que en la actualidad, históricamente la peregrinación exhibe múltiples vertientes que rebasan la puramente espiritual.
Recuérdese que Oviedo era para muchos lugar de visita inexcusable en su camino hacia Santiago, a fin de adorar estas reliquias, y no se pierda de vista que las rutas de peregrinación se convirtieron en importantes ejes comerciales, reactivando la economía de las ciudades que atravesaban e incluso estimulando la fundación de otras nuevas.
Naturalmente, al obvio e incalculable valor artístico y patrimonial de este tipo de objetos sacros, se añadía y añade para los fieles una dimensión subjetiva derivada de la supuesta singularidad que se les viene atribuyendo.
Fuente: El Comercio de Gijón
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