martes, 17 de abril de 2007

Las espinas encajan


Tanto el Santo Sudario de la Catedral de Oviedo como la Sábana Santa cubrieron a un varón con barba, bigote y el pelo largo, apelmazado y recogido por encima de la columna vertebral.

El sujeto murió en posición vertical y no fue ahorcado. En ambas telas coinciden, superponiéndolas a la misma escala, manchas de sangre del poco común grupo AB en el entrecejo, la parte que correspondería a la nariz y la boca y en la nuca. Podrían haber sido ocasionadas por una corona de espinas.

Si se gira 19 grados a la izquierda la tela del Sudario, observándola de forma apaisada, «encaja simultáneamente, como un puzzle», con las manchas de sangre de las heridas provocadas por elementos punzantes en la cabeza de la imagen de la Sábana Santa de Turín. Al menos, en las dos telas «las marcas de la nuca coinciden en un 80%». A estas conclusiones ha llegado el físico César Barta, como explicó ayer en una conferencia celebrada en el Centro Asturiano de Madrid.

El científico lleva 18 años analizando copias directas de la Sábana Santa y el Sudario de Oviedo, que nunca han podido cotejarse, aunque los responsables del Centro Español de Sindonología solicitarán la comparación a El Vaticano, como anunció EL COMERCIO.

Observando el negativo fotográfico de las reliquias, que es como se pueden apreciar los elementos que están impregnados en la tela, el lienzo que se guarda en Turín tiene varios tipos de señales: quemaduras producidas en un incendio, en 1532, cuando todavía estaba en Chambéry; sangre humana del tipo AB en muchos puntos de la silueta que se dibuja en la tela, como el costado, la muñeca y los pies, provocados por clavos; por toda la espalda heridas de flagelación provocadas por un instrumento de tortura romano; y marcas de elementos punzantes en la cabeza que desvelan una coronación de espinas.

Pero lo más sorprendente de esta tela de lino es la imagen «enigmática» de un cuerpo humano de varón. «Al día de hoy no tiene una explicación convincente», señala el experto, porque «no se sabe cómo se ha producido». Se sabe qué no es pintura, aceite o carbonilla, porque si fuera así aparecerían esos elementos al estudiarla con un foco de luz sobre su parte posterior. Sólo se puede afirmar que, en todo caso, es «la degradación heterogénea del propio tejido».

Ciertas fibras de los hilos del lino están más oxidadas que otras, y ese contraste claro-oscuro es el que da la sensación de ver una figura humana. Esta imagen desaparece cuando se observa la tela al trasluz, algo que no sucedería si se tratara de pintura o cualquier otro tipo de elemento externo. El hecho de que desaparezca la imagen al trasluz implica que tampoco es un negativo fotográfico, tecnológicamente hablando.

«Los cadáveres no dejan este tipo de imagen en su mortaja, que se sepa», y los intentos de reproducción han sido todos fallidos; en todos se adivinan los trazos de la mano del hombre.

El Sudario, del tamaño aproximado de una toalla de 53 centímetros de ancho por 80 de largo, está manchado de sangre, «pero no tiene misterios», no tiene ninguna imagen. La explicación estaría en que se le colocó en posición vertical a una persona que acababa de morir una hora antes, con heridas en la nuca y que rezumaba por nariz y boca edema pulmonar sanguinolento. Pasada otra hora se le colocó boca abajo hasta que se le quitó la tela. El consiguiente ajetreo produjo que saliera más fluido sanguíneo. Posteriormente le rociaron con alóe y mirra y le envolvieron en una sábana.

Las dos secuencias podrían encajar correlativamente: el Santo Sudario sería la tela con la que se le cubrió la cabeza tras la muerte y que se impregnó directamente de la primera sangre que brotó, mientras la Síndone sería la sábana con que se le envolvió todo el cuerpo, incluido el rostro con los cabellos pegados a éste, lo que se aprecia en la imagen de Turín, como consecuencia de la sangre derramada y del polvo que se le apelmazó en el pelo.

«Es extremadamente improbable», señala César Barta, miembro del equipo de investigación del Centro Español de Sindonología, «que a dos individuos distintos les coronen con espinas y éstas provoquen una serie de heridas con la misma disposición geométrica». El experto destaca la peculiaridad de que «los lienzos de ambas víctimas se conserven hasta el día de hoy siguiendo caminos independientes». Por este motivo cree que «es probable que la tradición tenga razón».

Si bien las pruebas del Carbono 14 indican que ninguna de las dos telas es del siglo I, está comprobado que este método no siempre funciona al cien por cien y menos con objetos expuestos a la contaminación de la veneración durante siglos.


Fuente: El Comercio

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