domingo, 8 de abril de 2007

La Pasion y Muerte de Jesus se vive todos los años en Villanueva de los Oscos


Villanueva de Oscos cuenta la pasión de Cristo mejor, incluso, que San Marcos. El guión original es del apóstol (no hay que quitarle su mérito), pero la puesta en escena, los actores y las voces son locales, del mismo Villanueva, o, como mucho, de los alrededores. Cada Semana Santa los vecinos de este concejo se vuelcan en la representación de un vía crucis viviente, logrando como resultado una de las procesiones más originales de toda la comarca occidental.

Es Jueves Santo en Villanueva de Oscos. A las ocho de la tarde aún es de día. Los turistas comienzan a llegar a la localidad. Un reguero de coches, en procesión, se cuela en las calles tranquilas y cuidadas de la capital del concejo. Todo está a punto. El alcalde, José Antonio González Braña, mira el reloj. «Tarda en hacerse de noche, está un día muy claro». Con la oscuridad el realismo de la procesión es aún mayor, por eso se estira al máximo el inicio de la procesión.

Las conversaciones de la espera, en los corrillos, se remiten a la meteorología. «Pues tuvimos un día precioso, ahora empieza a rascar», comenta alguien al Alcalde. «Díselo a Jesús, que ya tirita», responde. «¿Jesús?», le preguntan. «Sí, Jesús de Nazaret», resuelve.

Jesús de Nazaret es David Moral, un joven de Valladolid asentado en los Oscos al que dentro de una hora crucificarán en calzoncillos. Por segundo año consecutivo el vallisoletano repite en el papel de Cristo. «Mira, debe de ser aquel que va por allí, se da un aire a Jesús». Quien habla no se equivoca. David, que lleva el pelo largo y un poco de barba, es clavado al nazareno.

El protagonista de la pasión de Cristo se dirige, con el resto de actores, a la Casa de Cultura. Allí es donde se visten y se preparan para entrar en escena. «¡Ehhh! ¿Quieres ir de pueblo?», preguntan desde la puerta del local. «¿Os falta gente?», contesta una joven. «Sí, y un romano. ¿Hay que pagarte? Venga, sube». La joven no se hace de rogar, irá de pueblo, es decir, de vecina de Jerusalén y gritará aquello de «¡soltad a Barrabás!».

A las nueve en punto comienza a anochecer. El romano que faltaba acaba de llegar de Tapia. Por megafonía suena una voz. Es Benjamín Álvarez, el párroco local, que ha coordinado los diálogos de la procesión y los textos explicativos. Es el narrador de la pasión de Cristo. Anuncia la primera escena, la última cena. Jesús y sus doce apóstoles toman asiento: «El que me ha de entregar es uno de los doce que moja conmigo en el plato», dice el nazareno.

Desde ahí la escena se traslada al monte de los Olivos, donde Jesús es traicionado y apresado por los romanos. Poncio Pilatos espera en el balcón de la Casa Consistorial. David Moral, el Cristo de Villanueva, tiene un juicio rápido: culpable. Los romanos le sacan del Ayuntamiento a patadas. En la puerta cae al suelo y le colocan la corona de espinas y una cruz, que, concretamente, pesa diez kilos.

El calvario hacia la cruz, el destino final, se realiza, a la única luz de las antorchas que portan los romanos, por las calles de Villanueva. El realismo que le ponen los actores a la escena es tal que a más de uno le apetece auxiliar a Jesús-David, que a mitad de camino, con el rostro ensangrentado, ya no puede ver.

Dos ladrones esperan al final del recorrido para ser crucificados junto a Jesús. En las últimas ediciones se ha modificado el final, por amor a la vida: los ladrones ya no esperan en calzoncillos la crucifixión, van un poco más tapaditos. Villanueva tiembla. Reina el silencio. Un último suspiro antes de que la cabeza de Jesús repose sobre su hombro.

Fuente: LNE

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