jueves, 5 de abril de 2007
El Sacramento de la Misericordia
En la tarde de este Jueves Santo los templos gijoneses volverán a acoger la celebración de la misa memorial de la Última Cena («misa in Coena Domini»), en la que se instituyó el sacramento de la eucaristía. Poco después el templo abierto de nuestras calles acogerá, en multitudes, la solemne procesión-vía crucis con el Santo Cristo de la Misericordia y de los Mártires, impactante por la dulzura que González Macías logró plasmar en la imagen de un Cristo que acaba de expirar.
En su reciente exhortación apostólica «Sacramentum caritatis» (el sacramento de la caridad), que condensa las conclusiones del último sínodo de los Obispos (1995) dedicado al sacramento de la eucaristía, Benedicto XVI nos recuerda cómo «la institución de la eucaristía muestra cómo aquella muerte, de por sí violenta y absurda, se ha transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad».
Ese supremo acto de amor es sin duda la misericordia divina, por lo que podría hablarse también con propiedad de la eucaristía como «sacramentum misericordiae» (sacramento de misericordia), expresión que, más allá de un simple o fácil juego de palabras, vendría a condensar la esencia del Jueves Santo gijonés: conmemoración de la institución de la eucaristía, y contemplación de la misericordia de Dios en la cruz.
Como nos recordaba el venerable siervo de Dios Juan Pablo II en su encíclica «Dives in misericordia» (1980), «la eucaristía nos acerca siempre a aquel amor que es más fuerte que la muerte: en efecto, cada vez que comemos de este pan o bebemos de este cáliz, no sólo anunciamos la muerte del Redentor, sino que además proclamamos su resurrección, mientras esperamos su venida en la gloria. El mismo rito eucarístico, celebrado en memoria de quien en su misión mesiánica nos ha revelado al Padre, por medio de la palabra y de la cruz, atestigua el amor inagotable, en virtud del cual desea siempre Él unirse e identificarse con nosotros, saliendo al encuentro de todos los corazones humanos». Podríamos decir, sin duda, que es ese amor inagotable la suprema misericordia de Dios.
En la «Sacramentum caritatis», Benedicto XVI nos presenta la Eucaristía como misterio en el que creer, misterio que celebrar a través de la sagrada liturgia, y misterio para vivir con coherencia en la vida ordinaria. Se subraya cómo la acción litúrgica «está vinculada intrínsecamente con la belleza, (É) debe ser expresión eminente de la gloria de Dios, y es, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra». También se nos recuerda cómo la mejor manera de favorecer la participación plena y efectiva del pueblo de Dios en el rito sagrado, la «actuosa participatio» querida por la última reforma litúrgica, es precisamente la adecuada celebración del rito mismo, con obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, encareciendo igualmente a los sacerdotes para que «sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo».
El Santo Padre nos llama a todos a vivir también la coherencia eucarística, o, lo que es lo mismo, vivir de forma coherente, y de modo especial en la vida pública, con la eucaristía en la que creemos y que celebramos. Nos indica así algunos valores que son radicalmente innegociables para un católico que quiera vivir dicha coherencia: la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas.
También nos pide que valoremos y revitalicemos la práctica de la adoración eucarística, recomendando que en los núcleos más poblados se dispongan iglesias y oratorios dedicados a la adoración perpetua. Al calor de esta recomendación quisiera pedir a todos los católicos gijoneses, y de forma especial a los cofrades, que en la tarde de este Jueves Santo y en la mañana del Viernes Santo intensifiquen su oración ante el sacramento reservado solemnemente en el Monumento, sugiriéndoles que tengan presente de manera especial en sus oraciones las peticiones por la adecuada preparación y los frutos del sínodo diocesano recientemente convocado. También en nuestra estación penitencial trataremos de poner esta súplica a los pies del Santo Cristo de la Misericordia.
Una procesión que este año reviste caracteres especialmente entrañables para todos los miembros de nuestra hermandad. Esta tarde, a la salida de la imagen del Cristo del templo de San Pedro, se estrenará una marcha en su honor, compuesta por el gijonés Vicente Cueva, a quien agradecemos de todo corazón su generosidad.
Estamos seguros de que también llamará la atención de los centenares asistentes el juego de veinte faroles procesionales que portarán nuestros hermanos de línea, y que también se estrenan hoy. Se trata de unos faroles metálicos ricamente trabajados, en estilo sevillano, salidos de los veteranos talleres madrileños de arte sacro El Ángel (Sobrinos de Pérez). Más allá de su belleza, quisiera destacar sobre todo el hecho de que han sido financiados íntegramente por donativos provenientes de miembros de la hermandad. Sus nombres han quedado plasmados en un pergamino que se quemará al término de la procesión, ante la imagen del Cristo de la Misericordia, como ofrenda por las intenciones de todos ellos.
Que la llama encendida de estos faroles sea un simple reflejo de la auténtica fe que arde en nuestro interior. Fe en un Dios que, habiendo manifestado en el sacrificio de la cruz su infinita misericordia, ha querido quedarse con nosotros para siempre en el sacramento del altar.
Ignacio Alvargonzález es hermano mayor de la Hermandad de la Santa Misericordia de Gijón.
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