Un año más, Oviedo celebra la fiesta de La Balesquida. Para la mayoría de los ovetenses (muchos cofrades, incluso) ese festejo se reduce al consumo del bollu preñáu y el vino blanco en amigable compañía. Los 800 años de tradición les quedan ocultos. Estas modestas líneas intentan una aproximación.
Partiendo del supuesto de que en el año 1232 se funda la Cofradía de Alfayates (quizá más bien: la munificente donación de doña Velasquita sobre una fundación preexistente), podría ser oportuno un repaso breve sobre las circunstancias religiosas, políticas, sociales y del entorno inmediato que posibilitaron que en el primer tercio del siglo XIII se fraguase esa cofradía de ovetenses cuya forja garantizó la duración por, al menos, ocho siglos. Hablaremos, por decirlo en cuatro palabras, de la cristiandad, la Reconquista, Asturias y Oviedo.
La cristiandad. Bajo tan rotunda palabra se acoge un formidable y monolítico movimiento religioso que se extiende por la práctica totalidad de lo que conocemos por Europa. Bajo la autoridad papal (Inocencio III y Gregorio IX, en especial), el cristiano no sólo reza al Dios Uno y Trino, sino que adecua toda su vida personal, familiar, social y política. La fe le sostiene y le llena. Y fuera de esa sólida fe colectiva sólo quedan algunos herejes y paganos.
En ese comienzo del siglo XIII se desarrollan la 4.ª, 5.ª y 6.ª cruzadas. Se fundan dos órdenes religiosas mendicantes, de gran importancia, por parte del italiano San Francisco de Asís y del español Santo Domingo de Guzmán. Franciscanos y dominicos tendrán mucho que ver en la historia de Oviedo y los primeros ya desde esos primeros años al fundarse su primer convento en la ciudad.
La escolástica y la mística son las dos escuelas dominantes que alumbran la «fe intelectual». Se combate la herejía de los cátaros. Se constituyen, por impulso religioso, las primeras universidades (París, Palencia, Salamanca, Bolonia). El rito romano reemplaza al mozárabe.
La vida religiosa se eleva y perfecciona. Se establecen nuevas fiestas litúrgicas (una de ellas, la exaltación de la Santa Cruz, es el motivo del jubileo ovetense «de San Mateo»). Se extiende el culto mariano (Concepción, Rosario). Aumenta la devoción de las reliquias (y ahí las de Oviedo ocupan, sin ninguna duda, el primer lugar de las españolas). Las indulgencias se divulgan y las penitencias públicas remiten. Las peregrinaciones a Santiago afectan a Oviedo ya por los «dos caminos».
Todos los estamentos sociales perfeccionan las obras de caridad. Se fundan muchas leproserías y demás establecimientos hospitalarios (como el propio de La Balesquida). El Papa decreta la confesión anual y la comunión pascual. El culto se enriquece también en lo material, y arquitectos, escultores y pintores rivalizan en un auténtico apogeo del arte bajo los cánones del estilo gótico. Diríase que el cristiano del siglo XIII empieza a olvidar el individualismo y presagia el nuevo humanismo.
La Reconquista. La vitalidad cristiana en España estaba dedicada en el siglo XIII a hacer frente a una belicosa religión: el islamismo. Llevaba así 500 años y, pese a lo que la geopolítica podría presagiar (superioridad cristiana en iniciativa y dominio territorial), habría de durar aún casi 300 años más. Sería, con 780 años, la guerra más larga de la historia europea.
El comienzo de siglo refleja las luchas intestinas de los reinos cristianos: leoneses, castellanos y aragoneses y hasta navarros y portugueses se afanaban en un tejer en alianzas y un destejer en guerras con grave quebranto para el interés común de cristianos y españoles. La Reconquista apenas avanzaba. Se añade a esto una revitalización de las fuerzas mahometanas: los almohades llegan a España y se hacen con el poder en Andalucía.
Cuando mayor era el peligro, se produce un hecho decisivo en la Reconquista: en 1212 se da la batalla de Las Navas de Tolosa. Por fin, los reinos cristianos unidos y con la bendición papal para la cruzada se enfrentan a los feroces almohades y los derrotan. A partir de ahí, las puertas de las grandes ciudades andaluzas quedan al alcance de los reyes castellanos, lo que materializaría Fernando III el Santo, con la excepción de Granada. Este gran rey unirá en su cabeza las coronas de León y Castilla definitivamente. Era el año 1230, dos antes de la fundación de doña Velasquita.
Asturias. A comienzos del siglo XIII la montura real llevaba 300 años galopando hacia el Sur. Y, tras ella, cortesanos, guerreros y mercaderes trasladan no ya la capital del reino, sino el pálpito de la vida misma al corazón de la Meseta. Asturias queda al otro lado de esa tenue línea azulada que el observador viajero moderno puede apreciar en lontananza cuando circula por la infinitud de las parameras: imagen y metáfora a la vez.
Es conocida la paradoja de que las guerras son un azote para la humanidad pero un acicate para las civilizaciones. Y, de revés, la paz puede significar aletargamiento. Pues eso es lo que le sucedió a Asturias, sobremanera en los siglos X, XI y XII, pero con efectos aún a comienzos del XIII.
Diríase que el murallón cantábrico se había recrecido. Y esos montes que tan prestos pasaban y repasaban los ejércitos del Casto y el Magno, ahora son casi infranqueables para las lentas recuas de los mercaderes. Y así las mercancías se enrarecen y, por lo mismo, se encarecen. Un ejemplo: en la mayor fiesta anual de La Balesquida se ofrece «vino blanco de pasado el monte». Lo que quiere decir que en el resto del año su paladeo resulta prohibitivo.
Asturias queda reducida al autoconsumo en una economía de subsistencia y relegada a los puestos anónimos de la clasificación interregional española. Oviedo es la única ciudad, pero superada por las pujantes ciudades y villas castellano-leonesas. En el litoral, Avilés (ya con fuero) encabeza un grupo de localidades costeras que fían su porvenir en relación directamente proporcional al riesgo de sus marinos y marineros, especialmente en la caza de la ballena. «Las Cuencas» lo son sólo de sus ríos y el resto del territorio acoge unos pequeños y desperdigados asentamientos de población, bajo la tutela, disciplina y trabajo que les proporcionan los monasterios.
A partir de ahí, casi diez mil kilómetros cuadrados en los que una naturaleza feraz e indomable le niega el protagonismo al hombre, relegándolo a una especie más de las que en ese formidable escenario pugnan por sobrevivir. Como contrapeso positivo de la paz, las peregrinaciones empiezan a abrir el horizonte asturiano.
Oviedo. La realidad física del Oviedo de 1232 viene definida por la muralla. Se trata (hoy en pleno debate entre los arqueólogos) del refuerzo y ampliación de los antiguos muros defensivos de Alfonso II y Alfonso III, cuya fábrica definitiva se debe a Alfonso IX y su nieto Alfonso X el Sabio, en el mismo siglo XIII. Esta muralla es la que configurará a Oviedo por siglos. Así, 500 años más tarde sigue ese Oviedo intramuros muy definido en el plano de Reiter. Y aún hoy, en el siglo XXI, ese espacio es un tesoro de arte. En él está, sin duda, el metro cuadrado cultural más caro del norte de España. Y lo mismo para su derivada vertiente sociológica, por estar hoy ahí el escenario de dos fenómenos sociales que, nos gusten o no, tienen indudable importancia hoy en día: el turismo y la movida.
Entre las edificaciones destacan por su magnitud las del castillo-fortaleza de Alfonso III en el borde oeste de la muralla (trasera de Porlier) y la torre de Cimadevilla (Ayuntamiento). Del siglo IX se conservan aún las iglesias alfonsinas: el Salvador, Santa María, San Miguel (Cámara Santa), San Tirso, San Juan. El palacio de Alfonso II y el de Alfonso III, convertido en hospital. El monasterio de San Vicente, ópera prima (muy distinto a la configuración actual), y el de San Pelayo (lo mismo). Las iglesias de San Isidoro y La Corte (en edificios completamente distintos y en distinto lugar de los actuales). Y, por supuesto, el hospital y capilla de La Balesquida (en el mismo o muy próximo lugar). Las casas eran de una planta las más y alternaban con huertas, corrales, zocos y demás espacios abiertos.
Y en ese escenario nacían, crecían, amaban, trabajaban y se morían los ovetenses de entonces. Su población, alrededor de 4.000 almas. Y de ellos, unos pocos, alfayates y hombres buenos de la Cofradía de La Balesquida.
Y ahora a los cofrades y socios actuales quizá sería bueno aplicarles la perífrasis de la famosa arenga del genial estratega corso:
¡Ovetenses: 800 años de historia os contemplan!
martes, 29 de mayo de 2007
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