viernes, 18 de mayo de 2007
Los bomberos siempre saben dar una mano
Actuaron contra reloj para salvar la vida de Gil Ignacio G. F., un langreano de 46 años que el pasado miércoles estuvo a punto de morir al venírsele encima la fachada que demolía, el número 89 de la calle Fuertes Acevedo.
Se jugaron su vida y la de la víctima y consiguieron, en una hora, salvar al obrero y retirar las toneladas de escombros que le mantenían atrapado. Fueron diez los bomberos que obraron el milagro, un rescate que ellos mismos calificaban de «dificilísimo» y en el que, además de su encomiable labor, «la buena suerte también nos echó una mano». LA NUEVA ESPAÑA reunió al equipo de bomberos que consiguió rescatar con vida a Gil Ignacio G. F.
Eran las once menos diez de la mañana cuando «recibimos el aviso de que se había desplomado una fachada y que, entre los escombros había, al menos, una víctima», recuerda Agustín Santos, el jefe del operativo. Minutos más tarde su equipo llegaba a la calle Fuertes Acevedo y comprobaba la dificultad del rescate. «Aquello era un rompecabezas, un castillo de naipes en el que, si quitabas una china, corrías el riesgo de que todo se te viniera encima a él y a los nuestros», apunta el jefe de Bomberos, José Manuel Torres. Al comprobar la gravedad del derrumbe, añade Santos, «decidimos solicitar, además del vehículo multisocorro y el primera salida, un camión con material para apuntalar».
Como, por fortuna, la víctima estaba viva y consciente, la rapidez en las decisiones era un factor clave. «Aseguramos, en la medida de lo posible, el lugar de trabajo, colocando puntales en los andamios desprendidos y en parte de los bloques caídos sobre el accidentado para prevenir que todo se nos viniera encima», recuerda el jefe de servicio. Torres se vio en la encrucijada de tener que decidir en cuestión de segundos.
Un error sería mortal
«El tiempo corría en contra nuestra y allí, junto a un hombre, que se movía y tenía encima toneladas de peso, un error mínimo podía ser mortal», dice al tiempo que agradece «al azar y a la suerte» el desenlace. Tras una hora de rescate, Gil Ignacio G.F. consiguió salir con vida bajo los escombros, «algunos de toneladas como la pieza de la esquinera que había caído encima suyo», comenta Torres. Muy agradecido «a los servicios sanitarios de las ambulancias por su profesionalidad y valentía», el jefe del equipo de Bomberos recuerda que el herido «no gritaba, sólo pedía calmantes para el dolor, que supieron suministrarle», aunque para ello tuvieron que colarse entre las ruinas.
Mientras el herido recibía medicamentos por gotero, continúa Santos, «empleamos la pluma del vehículo de rescate para quitar los bloques más pesados, que además orientamos con la mano para evitar desplazamientos y sobre todo porque corríamos el riesgo de que, si uno de ellos se partía, todo se viniera encima de nosotros». De súbito, uno de los bomberos le interrumpe: «Era un "tetris" en el que cada pieza podía matar al herido o a nosotros mismos si no se retiraba con mucho cuidado». Por esta razón, añade, «el trabajo de Sindo, que manejó la grúa, lo merece todo. Trabajamos en equipo, pero su minuciosidad es digna de aplauso».
El momento más delicado del rescate, asegura el equipo, «fue cuando llegamos al herido y vimos que estaba atrapado por el brazo izquierdo, encima del que había un bloque de ladrillo y un listón de madera». Fue entonces cuando los efectivos decidieron emplear la pinza separadora que suelen utilizar en los excarcelamientos de coches. «Con todo el tacto del mundo, conseguimos llegar hasta Ignacio. Y allí mismo los médicos lograron vendarle el brazo derecho, que estaba en muy malas condiciones».
Lo siguiente, recuerdan los bomberos, «fue meter una tablilla de rescate para sacar a la víctima, que pedía que le limpiaran la cabeza», comenta el jefe del servicio, quien, al igual que los compañeros del herido, cree que Gil Ignacio se encontraba demoliendo por el interior de la fachada «porque de lo contrario y aunque hubiese caído a pie de acera, no tendría escombros debajo de él, como lo encontramos».
Tanto Santos como Torres convienen en que «lo más difícil del rescate» fue adoptar la decisión de qué hacer. Y, una vez recuperado el humor, horas después del salvamento, comentan entre risas: «Fue, lo que se dice, una cosa de bombero, el ya mismo, porque no había otra opción... Estaba en juego la vida de un hombre. Lo más importante, en aquel momento, era rescatarle con vida».
Tras un hora bajo una fachada, la víctima era subida a una uvi móvil con un grave golpe en la cabeza y un brazo que amenazaba con perder debido a su estado. Tras ser estabilizado, llegaba al Hospital, donde fue intervenido. El servicio de cardiovascular y traumatología completó el milagro.
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