lunes, 14 de mayo de 2007
Tarancon, el cardenal del cambio
No fueron fáciles los cinco años episcopales en Asturias (1964-1969) de Vicente Enrique y Tarancón, de cuyo nacimiento en Burriana, Castellón, se cumplen hoy cien años. Fernando Rubio, veterano párroco de San Juan el Real (Oviedo), rememora que «al final de su paso por aquí, algunos le llamaban la "yenka"; ya sabe, adelante, atrás, derecha, izquierda...».
Pese a todo lo dicho sobre el cardenal que guió a la Iglesia española en el tardofranquismo y la transición, y que falleció en Villarreal, Castellón, en 1994, era un eclesiástico de complicado encuadre, y ello se verificó ya en la sede ovetense. En su libro «Tarancón, obispo y mártir» (1976), el asturiano Ceferino de Blas, entonces periodista y hoy director general del «Faro de Vigo» -de la misma empresa editora que LA NUEVA ESPAÑA-, sostenía que el cardenal había cosechado en Asturias «acérrimos defensores y empecinados detractores».
Sucedió que «ambos bandos, unos en aras de su pretendida obediencia a la ortodoxia, otros en el de su pregonada autenticidad evangélica, intentaron llevárselo a su lado. Ninguno lo consiguió».
Sin embargo, en aquella época, «se escindió en dos el clero, pero tal vez era inevitable, tarde o temprano», agrega De Blas, quien subraya que uno de los principales asuntos que tuvo que encarar Tarancón en aquellos años fue la crisis de la minería, con miles de trabajadores afectados por empresas en el precipicio, situación que posteriormete provocaría la nacionalización del sector y la creación de Hunosa.
Rubio señala que «en aquel momento de crispación, a Tarancón le pedían que se implicara mucho más, sobre todo los sacerdotes de la Cuenca minera». Pero Fernando Rubio le recuerda como persona resolutiva y decidida. «Era asequible para los curas y en cinco minutos te resolvía lo que con otros se alargaba indefinidamente».
El titular de San Juan recuerda un caso de su parroquia, a la que se había incorporado en 1961: «Yo tenía 33 años y a los seis meses de su toma de posesión fui a verle y a decirle que estaba descontento con tener que cobrar un funeral a un feligrés, y más si era pobre. Porque un bautizo, una boda, que son días alegres, se cobran fácilmente, pero no podíamos ser como una estación de servicio... Y hablamos de pasar del régimen arancelario al de comunidad parroquial. El me dijo: «Te pido una cosa y no te disgustes; tengo que proponérselo a todos los párrocos de Oviedo, porque como los curas somos un poco caciques y preferimos administrar nosotros cinco duros a que una comunidad administre cinco millones...».
Rubio recuerda que «para ese cambio había que pedir permiso a Roma y él lo obtuvo al año siguiente, pero, además, presidió cuatro reuniones de la parroquia, en el salón de actos de la Escuela de Minas, para hacer campaña de este cambio».
Años después, el párroco ovetense visitó varias veces a Tarancón en Villarreal, cuando ya estaba jubilado. «Charlábamos y fumábamos; cuanto más fuerte era el tabaco, más le gustaba. En Asturias le regalaba libras de Partagás y Gener. Fumaba picadura y puros. Nunca quiso volver a Oviedo; le invité a las bodas de platino de la parroquia, en 1990 y me respondió por carta: "Sería un gran placer actualizar tantos recuerdos gratísimos, pero hace tantos años que salí de ahí, que me da un repeluco volver"».
Rubio añade que «era listo y hábil, y defendió al principio la guerra civil, pero, decía, para ganar la paz y no para hacer vencedores y vencidos». El párroco recuerda también que «Carrero Blanco intervino en que le hicieran obispo». Sin embargo, en noviembre de 1972, el almirante pronunciaría un discurso radiado que marcaría la ruptura del Estado con el taranconismo.
Carrero afirmaba que «desde 1939, el Estado ha gastado unos 300.000 millones de pesetas en la Iglesia» y «hay quienes han olvidado esto», según recoge De Blas en otro libro sobre Tarancón, «El cardenal que coronó al Rey» (1995).
De Blas refiere asimismo las aportaciones de Tarancón a la diócesis ovetense. Por ejemplo, «divide Asturias en nueve zonas delimitadas por sus peculiaridades industriales, demográficas y geográficas». Al mismo tiempo, «los movimientos católicos vivieron una etapa de esplendor, especialmente la HOAC, la JOC, la JEC», de modo que «de ellos surgieron destacados militantes políticos y sociales».
También «potencia los secretariados diocesanos, principalmente el de Liturgia, y el de medios de comunicación, o el de sociología, llevándose a efecto por sus responsables interesantes estudios y encuestas».
De Blas recoge por otra parte el descontento. «Ángel Garralda critica con fuerza la etapa asturiana de Tarancón: "Nunca se habló más de pastoral de conjunto y nunca hubo menos conjunto de pastoral; nunca hubo más perspectivas prometedoras con ocasión del Concilio, y nunca hubo menos esperanza teologal"».
En época de Tarancón hubo en Asturias «abundantes secularizaciones de sacerdotes», agrega De Blas, que fueron «utilizadas como arma arrojadiza por los grupos conservadores españoles y sectores del propio Vaticano cuando se pusieron en marcha diversos movimientos para impedir su ascenso a la presidencia de la Conferencia Episcopal».
No obstante, uno de los mayores logros de Tarancón, para satisfacción suya, lo formuló el propio cardenal cinco días después del 15 de junio de 1977, fecha de las primeras elecciones generales de la Democracia. Ante la Conferencia Episcopal Española, reunida en asamblea plenaria, manifestó: «Hemos podido comprobar con satisfacción que, quizá por primera vez en toda la historia de España, no ha estado la Iglesia en el centro de la lucha electoral, ni se ha manifestado con motivo de la propaganda del aquel anticlericalismo feroz que surgía siempre».
Finalmente, Fernando Rubio aporta algunos datos humanos. «Era tremendamente puntual. Le decía al chófer, su primo Manolo, que preguntara a un taxista cuánto se tardaba a tal sitio. Salía con tiempo, llegaba y, mientras esperaba la hora de la cita, rezaba un rosario cada cinco minutos y fumaba unos cigarrillos.
Y cuando faltaban tres minutos, estaba delante de la puerta de la iglesia. Nunca fallaba». «Y de poco espiritual, nada; murió en Villarreal de los Infantes, pegado a la Virgen de Gracia, rezando durante horas. Cierto es que «engañaba, porque tenía aquella mirada..., y era tan abierto y espontáneo..., pero era ejemplar».
Fuente: LNE
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