martes, 1 de mayo de 2007

Las maquinas de escribir tienen su museo en Asturias


Escuchar «Sweet hearts» en una primitiva caja de música al tiempo que se escribe un poema de amor desesperado en una antiquísima máquina de escribir, una vieja Yost de tampón de 1890, es algo que pocos pueden hacer. Es tanto como retroceder a los tiempos en que nuestras abuelas bailaban el fox-trot. Sin embargo, todavía hay privilegiados que pueden experimentar estas sensaciones curiosas.

Este es el caso de José Manuel Acevedo, un profesor coañés que cuenta con una colección de aparatos musicales y de máquinas de escribir que le permiten cambiar de música y de letra a cada rato. Lo mismo puede estar escuchando «El amigo Melquíades» o el «Relicario» en un organillo, que música más actual en alguno de los fonógrafos o gramofónos que atesora o en alguna de esas cajas musicales que configuran su curiosa colección. Y, aunque ésta se encuentra un tanto estancada, ayer mismo esperaba ampliarla con una zanfona.

Acevedo se ha convertido, sin proponérselo, en un coleccionista de máquinas de escribir y de aparatos de música, de los que ha reunido una valiosa colección compuesta por unas 140 piezas. Explica que todo empezó como consecuencia del ambiente en que se movía, al encontrarse dentro de un grupo de amigos en el que todos practicaban algún tipo de coleccionismo.

Así es como, después de iniciarse en la numismática, prefirió algo que, en lugar de tener que mantenerlo guardado, pudiese estar a la vista y sirviese como entretenimiento. Así fue como llegó la primera máquina de escribir, a la que siguieron otra, y otra más, hasta alcanzar las 120 con las que cuenta actualmente, todas ellas datadas entre finales del siglo XIX y el primer tercio del XX, y, lo que es más importante, en muy buen estado de conservación y en perfecto funcionamiento.

«Precisamente por no estar impecables», explica, «me deshice de las primeras máquinas con las que empecé». Y, curiosamente, lo que más le interesa cuando trata de hacerse con algún modelo que se le presenta es que conserve su pintura y sus grabados originales, mucho antes que sus mecanismos de funcionamiento, porque, al fin y al cabo, éstos siempre suelen tener reparación.

En su pequeña exposición de Coaña, que muestra encantado a quien quiera conocerla -además, subraya, sin pagar entrada y sin aceptar propinas-, máquinas americanas, canadienses, inglesas, francesas y españolas se amontonan en las estanterías, dispuestas a que una mano las ponga a funcionar. Allí están la Remington de 1887, de escritura oculta, que tiene la particularidad de que machaca por la parte de abajo del rodillo, lo que hace que no se pueda leer lo que se escribe hasta unas líneas después; la Yost de 1890 de tampón y de doble teclado; la Hammond de 1895, de dos filas de teclado en forma semicircular; la Bennet de 1900... y otras máquinas más que aguardan a que alguien las empuje para escribir una carta o una simple instancia.

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